QUIJOTE ARCHIVO 2012 (www.elquijote2010.es.tl)
  EDITORIAL CABILDO
 
"CORRUPTOS Y DOMINADOS"
Editorial de la Revista Cabildo Nº 10
Mes de Septiembre Año 2000 3era.Época

En un esfuerzo inútil por preservar al Presidente de la alevosa inmoralidad desatada en el Senado, uno de sus ocasionales lenguaraces declaró al periodismo que las tales maniobras de soborno eran responsabilidad del "sistema"; prácticas de rutina, hábitos que están instalados desde siempre en su mecanismo funcional. Así lo cree también el sentido común de la ciudadanía, que salteándose las lecturas de Platón o de Spengler, no tiene más que mirar a su alrededor para constatar que la corrupción es la naturaleza del régimen político imperante, y el dinero el motor que lo alimenta y sostiene.
 El corolario que de tales razonamientos se deduce — el que no quiere siquiera enunciarse, para no rozar sa-cralidades intangibles— lo diremos sin rodeos, una vez más. La democracia es un sistema intrínsecamente impuro, desnaturalizador y envilecedor de la república; ilícito en su esencia, ficticio en su origen, crapuloso en su ejercicio, contranatural en su criterio y encanallecido en sus representantes eventuales. Como que supone la sustitución de la aristocracia por la oligarquía, no puede sorprender que se rija por el oro malhabido antes que por la virtud. Como que implica el protagonismo de los demagogos y partidócratas, no debe asombrar que acaparen ellos para sí una grosera opulencia, mientras administran la escasez y la hambruna entre sus subalternos. Como que acepta ser nutrido por el capitalismo y comandado por la usura internacional, no cabe desconcierto al constatar sobornos, cohechos O vulgares coimas. Como que se rige, al fin, por la ley del número y del recuento, no es de extrañar que en él, antes se tome el pulso al tener con cuantía que al regir con prudencia.
"El dinero —escribía Maurras, en páginas admira-blemente aleccionadoras— es el que hace el poder en democracia; lo elige, lo crea y lo engendra. Es el genitor y el padre de todo poder elegido, de todo poder mantenido en dependencia de la opinión". Es el que compra votos y conciencias, el que merca leyes o cuantos recursos resulten favorables para el mantenimiento de la farsa; el que promete y asegura fortunas a cambio de defecciones nacionales, el que consigue electores, el que acorrala a los débiles a efectos de cumplir con las exigencias de la banca, el que conquista las voluntades de los mezquinos y avariciosos, el que adocena a las turbas anónimas con la publicidad, traicionándolas después en los despachos errantes de cuatro viciosos. No importa aquí la mayor o menor bonhomía personal del ungido de turno. Le importa corroborar al sistema su docilidad y su eficiencia ante la plutocracia dominante, su mansa y doble condición de víctima y victimario de las finanzas. No se busque entonces en la explicación de la reciente corruptela, razones circunstanciales que puedan distraer el descubrimiento de la verdadera causa. Porque la democracia es esa pestífera y verdadera causa de la grave enfermedad que lacera a la patria.
Tan connatural como la podredura le es el abandono de la soberanía nacional. Se la abandona cuando se le da injerencia al Estado de Israel para que averigüe lo que debe saber y resolver el Estado Nacional; cuando Avirán, Albright, Donohue, la OEA, Clinton o quienes tengan ganas, se insolentan y se inmiscuyen, coaccionan e inspeccionan nuestra política interior con la conformidad servil de los primeros magistrados. Pero de las múltiples formas en que tan penoso mal se manifiesta, hay una que por lo escandalosa e indignante no puede quedar sin expreso repudio. Hablamos de la captura, del secuestro, de la prisión y del comparecimiento ante tribunales extranjeros, de aquellos a quienes las izquierdas internacionalistas han estigmatizado como represores militares. Procedimiento violatorio de todo derecho, de todo elemental sentido del señorío jurídico de una nación independiente, y ante el cual, tanto las cúpulas civiles como militares del Régimen responden con su inoperancia, sino con su complicidad y anuencia.
Si de culpables se tratara —y no negamos tal posibilidad en ciertos casos, antes bien, la afirmamos expresamente— son nuestras leyes y en nuestro territorio, las que deben castigar a los incriminados. Si de inocentes falsamente acusados por el odio de las usinas subversivas mundiales, doble razón aún para que nuestra legislación y en horizonte propio se ocupe de salvaguardar su libertad y su buen nombre. Lo que no,puede aceptarse es exactamente lo que se acepta: que quienes combatieron al marxismo sean sometidos, en tanto tales, a la cacería inaudita de los mentores del caos; que toda represión del terrorismo resulte equiparada a priori e indistintamente con la inmoralidad y la sevicia; que la mitología iluminista de los derechos humanos se constituya en la ultima ratio para medir la honestidad o deshonestidad de la guerra contrarrevolucionaria, que cualquier patán togado se apronte a darnos cátedra de jurisprudencia, y que países como la Francia —cargada de culpas, y de depravaciones contra el plan de Dios— se autoerijan en fiscales y jueces de nuestros problemas internos.
Lo que no puede aceptarse es que se pisotee nuestra soberanía, que se agravien nuestros fueros, que se conculquen las prerrogativas que nos cuadran. Que deba estar en cárcel extranjera quien se atrevió a calificar de criminales a los corsarios de Malvinas, y disfruten de libertades, de remunerados y elevados cargos y de todas las respetabilidades públicas, tanto los partisanos rojos, probadamente homicidas, como los socios y usufructuarios de nuestros agresores australes, probadamente traidores.
Cuando una nación está gobernada por corruptos, genuflexos ante el oro y ante la extranjería, integrantes todos de aquella runfla que en las dos contiendas claves del siglo veinte militó en el campo de los enemigos esenciales de la argentinidad, no le queda a los habitantes de esa nación más que dos caminos. O se suman al rebaño del descarrío fatal, o se convierten en testigos de la Verdad, combatiendo por ella hasta la muerte. O se conforman con un destino de factoría pringosa, o se transforman en militantes de la reconquista que urge.
Nos dé el Señor la gracia de elegir una vez más la recta vía.
Antonio Caponnetto




"IMPUNIDAD Y DESGOBIERNO"
Editorial de la Revista Cabildo Nº 11
Mes de Octubre Año 2000 3era.Época

 

Quienes entienden de estadísticas señalan, entre perplejos y resignados, la abrumadora cantidad de policías muertos por causa de la delincuencia en los últimos lustros de democrá­tico curso. Cantidad alarmante y creciente, que su­pera con holgura el número de caídos en la misma guerra antisubversiva.
acotan además las frías cifras, que los responsa­bles de tamaños homicidios, una vez capturados o identificados, resultan personajes de frondosos prontuarios, cuyas libertades se han vuelto posibles por la acción combinada de leyes irresponsables, de juzgados negligentes, de penitenciarías cómplices y de ideólogos del permisivismo social.
Pero nada se precisa entender de porcentajes o guarismos —pues está a la vista casi diariamen­te— para constatar con estupor que las fuerzas de seguridad son agredidas y vejadas por cuanta manifestación política organizan las izquierdas. En tales casos, que suman muchos, el escarnio es la norma, el ultraje lo habitual, el ataque físico moneda corriente y el vejamen a la autoridad el corolario natural de tamañas provocaciones. Se consuman entonces, osada y ostensiblemente, no pocos delitos —como el de daño agravado, aten­tado a la autoridad e intimidación pública— sin que salga nadie ya no a castigarlos como se de­biera, sino siquiera a señalarlos. Tanto o más que la acción de los ofensores, irrita ver la inacción policial, a todas luces ordenada y planificada por el poder político que la comanda, como si lo in­herente a las fuerzas del orden fuese servir de de­sahogo y descargo a la mugre marxista o de blan­co inánime al atropello de cualquier turbamulta. Tan grande es la parálisis mental y moral a la que han sido acostumbrados los cuadros; tan riesgosa es la sanción institucional, mediática e ideológica que les espera si reaccionan condignamente; que han optado por ofrecerse como víctimas antes que por cumplir con sus obligaciones y aplacar a sus victimarios. Se ofrecen en sacrificio vano por­que ya no se les permite ofrecerse a la sociedad como sus guardianes celosos. La fábula de los de­rechos humanos pesa más que el «deber de defen­derse ante los inicuos.
Entre la delincuencia común y la política, los in­surrectos imponen su ley por las calles, conscientes de que el menosprecio a la jerarquía es el principio y el reaseguro de la revolución permanente. Los mandos civiles entretanto —verdaderos y últimos responsables del caos y de la lenidad pública — han hecho de la impunidad un mandamiento y de la co­bardía un blasón. Pero el que no castiga el mal in­cita a que se cometa, decía Leonardo Da Vinci. Y tal vez como escuchándolo apuntó Fierro estas palabras a los gobernantes: "a sigún los tiempos an­dan, debieran cuidarnos algo".
Pero he aquí el otro síntoma que acongoja y humilla. No tiene el país quien lo conduzca y lidere, quien lo acaudille o guíe simplemente, ya no hacia el proverbial destino peraltado, sino hacia la más elemental supervivencia como nación sobera­na. Quien fungía hasta ayer de vicepresidente es un picaro contumaz, de antecedentes tan crapulo­sos como sus enjuagues actuales y sus futuros pre­visibles; un conocido maniobrador de tretas y en­cubridor de trapisondas largas,,al que sólo la im­becilidad colectiva puede atribuir una eticidad que la razón rechaza y la experiencia niega. Quien di­ce actuar de Presidente es hada más que el poli­chinela de los poderes mundiales, el arlequín del Fondo Monetario Internacional, el disciplinado re­caudador vernáculo de las regalías que exigen los invasores extranjeros; una mezcla de telonero de entracto y de gólem borgiano en la comedia urdi­da por los enemigos de la patria. Por eso, tras la crisis de la renuncia de Álvarez, se apresuró a vi­sitarlo Kissinger, en uno de sus viajes de inspec­ción, para exigir con desparpajo el clima de tran­quilidad que reclaman los negocios y las inversio­nes. Como se apresuró Tony Bláir a requerir la docilidad necesaria que las finanzas imponen, confiando las ordenanzas del caso á un tal Stephen Byers. Cómodo y apto en su papel de desgo­bernante, el Presidente- parece encarnar ese ideal que sintetizara Plinio el Joven en su Epístola Oc­tava: "no hacer nada, no ser nada".
Es inadmisible que la Nación tenga que vivir en­tre la impunidad y el desgobierno. A la primera ha de contrarrestarla esa genuina justicia, que no en va­no empuña espada; al segundo, el sentido genuino del mando, que es donación y servicio. Ideales aje­nos y extraños a la oligarquía partidocrática que se reparte el poder, pero que habitan aún en el alma sencilla de los criollos honrados.
Son esos criollos los que tendrán que combatir a estos anarquistas en una Nueva Reconquista. Porque cuando los gobernantes carecen de legiti­midad de ejercicio, se convierten en usurpadores y expoliadores.
Dirá alguno que tal Reconquista es una utopía. La palabra, en recta etimología, alude a un lugar que no existe. Y nosotros la queremos y la forja­remos aquí, en el espacio más entrañable de todos los que existen. En esta tierra argentina que Dios plantó sobre Hispanoamérica, no para muladar de demócratas sino para alcázar de varones y muje­res de bien.»

Antonio Caponnetto



"LOS TRES MALES"
Editorial de la Revista Cabildo Nº 12
Mes de Diciembre Año 2000 3era.Época


UnA clásica enseñanza de la filosofía realista nos permite distinguir entre el bien hones­tó, el útil y el deleitable. Puede identificar­se al primero con la virtud, con lo que es digno de ala­barse por sí mismo, desposeído de todo cálculo, pro­vecho o interés subalterno. A él se dirigen los esfuer­zos de los óptimos, aclarará Cicerón. Mientras que el bien útil tiene carácter de medio, de instrumento o he­rramienta necesaria. Y si no quiere caerse en el vulgar pragmatismo, ha de guardar subordinación al primero desechando las alternativas ilícitas. La complacencia al final del viaje recto y virtuoso, es el bien deleitable.
Lo que se nos impone hoy en nombre de la políti­ca —dándole al término su acepción más abarcativa— es exactamente la negación de estos bienes. Ya no pe­cados aislados manifiestan los hombres públicos en el ejercicio de sus funciones, sino vicios sórdidos y esta­bles, lacras infames exhibidas con desvergüenza e in­solentemente cultivadas, culpas propias del relapso, esto es, de quien no quiere enmendarse y medra con la malicia. Añalogada con las heces —mas sin el eufe­mismo que el recato impone— la dirigencia vernácula ha sido al fin nombrada con exactitud, por alguien que tiene ciencia empírica en la materia. Y si todo la con­vierte en tan hedionda sustancia, no es lo menor su pérdida absoluta del patriotismo, su congratulación an­te la dependencia, su servilismo inescrupuloso, su complicidad con el invasor, y ese afán indigno de recli­narse ante las plantas de los usureros internacionales, como ha venido a confirmarlo el reciente pacto fiscal, de un modo tan oprobioso cuanto evidente.

Estamos pues ante el mal de ¡a deshonestidad, se­gador de todas las categorías posibles de la decencia.

Mas podría suponer alguien —con equívoca filoso­fía— que careciendo íé honestidad, los tales políticos y gobernantes se han abocado al menos a la consecución de utilidades, expresión ésta que podría constituirse en una versión algo más atildada del consabido "roban pe­ro hacen" con que suele señalarse vulgarmente la con­formidad con los corruptos eficientes. No hay ni puede haber nada de eso. A no ser para engrosar sus coimas, o asegurar el destino de sus sobornos, o calmar los re­querimientos del amo financiero, o sobrevivir en sus cargos opulentamente rentados, o competir en las aventuras electorales, todos se han mostrado aquí y ahora escandalosamente ineptos, inidóneos, inhábiles e inservibles. Una verdadera coalición de nulos, que lla­man gobernar a la dócil administración de la colonia que se les ha encargado, y que procuran convencerse recíprocamente de su condición de estadistas porque han sido nombrados suministradores de divisas a los ti­tulares del Imperialismo Internacional del Dinero.
La recesión y el desempleo, los recortes salariales, los impuestos abusivos, la destrucción de nuestra mone­da, el crecimiento desorbitado de la deuda externa, el derrumbe de las economías domésticas y aun de las pe­queñas y medianas empresas, el malestar en todos los rubros de la actividad laboral, profesional y productiva, los desórdenes sociales alimentados por el terrorismo en avanzada, son nada más que síntomas de la enorme inservibilidad que los caracteriza. El Fondo Monetario Internacional los contrata y a él le cumplen; los presio­na y ellos acatan; los apisona y se convierten en sus fel­pudos; los apura y al unísono aceleran; los reta y ellos se sonrojan; los amenaza y les da el soponcio.

Fuera de tan lacaya destreza, estamos ante el mal de ¡a inutilidad, y grave mal en este caso, puesto que lo inútil aquí reprobado no lo es por honesto u ocioso, que sería su gloria, sino por traición al elemental deber de asegurar de un modo práctico el bienestar de los ciudadanos. Profanan la metafísica de la patria tanto como derrumban su más vital organización física.

Faltos de honestidad y de utilidad, no podían sino resultar insoportables, desagradables e insufribles. Es el común de la gente el que-ya no puede verlos, el que siente rechazo a sus palabras, desdén ante sus prome­sas, temor frente a sus iniciativas, hondo y creciente disgusto con sólo constatar sus apariciones públicas. Un disgusto cuyos nombres más sonoros y ciertos son asco y náusea, indisimulabíes ya, fuera de toda corte­sía. Pero son el deleite del Banco Mundial, el dulzor del FMI, el encanto y el placer de la Casa Blanca, el sabro­so y lisonjero fruto de ese árbol podrido de la plutocra­cia, como diría Hugo Wast.

Deshonestos, inútiles'e insoportables: he aquí los tres males y el denominador común de quienes nos go­biernan. Los calificativos hechos a medida para juzgar a los politicamente correctos. Los nornbres propios de esta estirpe execrable de demócratas, que se alternan en el poder para deshonor de la patria.
La Argentina necesita la honestidad de una política arquitectónica orientada al Bien Común Completo. Que supone el bienestar suficiente, pero Ordenado por la vir­tud, y todas las virtudes esenciales y sustantivas encami­nadas a la salvación. Porque los pueblos, como los hom­bres, no son sólo manojos de carne sepultable y corrompible, sino almas vocadas a la eternidad. Necesitan de la soberanía como del aire lozano que otorga frescor a la alborada; del señorío sobre sus posesiones y hasta sobre sus orfandades, como la cima del sol para relumbrar en el paisaje. Necesitan la preferencia del ser mejor —aun en el combate sin tregua— por sobre la decisión burgue­sa de vivir sin sobresaltos en la esclavitud consentida. Necesitan su historia y su misión, y no su presente ni el destino fijado por las multinacionales. Necesitan la Cruz para resucitar y no los clavos para morir.
Marechal ya nos dijo que esa cruz se entreteje de santos y de héroes. Todo es cuestión de encolumnar los trazos del madero, con una acción perseverante y sostenida. Para que nuestra horizontal no sea la mo­licie sino la marcha marcial'y vigorosa. Para que nuestra vertical no sea la del arribismo, sino la de la ascención. Entonces, con el encolumnamiento firme y orgánico de los patriotas, sobrevendrá el rescate. Será el tiempo de los bienes y el final de los desho­nestos, inútiles e insoportables.•

Antonio Caponnetto




"EL LAVADO QUE ENSUCIA"
Editorial de la Revista Cabildo Nº 13
Mes de Febrero Año 2001 3era.Época


Varias noticias concurrentes —un informe Senado norteamericano, ciertas denuncias de algunos diputados locales, y el posible asesinato de un oscuro personaje— han dejado definitivamente a la vista el delito de lavado de dinero. Nada que no se conjeturara o supiese ya, o que no se pudiese rondar por el magín o el pálpito del ente ciudadano, pero que a juzgar por las evidencias, roza ahora al mismo Gobierno, sea por cubrimiento de algunos de sus funcionarios, por falta de control o negligencia en otros, y aún por presunta asociación en los beneficios de parte de no pocos. Pero que roza incluso a los mismos acusadores, devenidos en sospechosos o alcanzados por la suspicacia del común.
Agobiados por el peso de una realidad demasiado densa, y por el descrédito generalizado que crece con las horas, los hombres del Régimen —desde el que funge de presidente hasta el menor de sus dependientes— han optado por prometer correctivos, simular indignaciones o posar ante los medios con gestos de asombro. Algo tarde llega la comedia de la honestidad, cuando ya se ha cumplido el viejo proverbio según el cual "al que se mete en el cieno, los puercos lo pisotean".
Pero acaso sea un símbolo el de este lavado de dinero, enroñador de manos que juraron ser limpias y de conciencias que declamaron aseados propósitos. El símbolo de una política decididamente impúdica, y por lo tanto inmunda, si hemos de prescindir de los eufemismos.
Impudicia es blindar la economía nacional con las blindas de la usura y de la expoliación de las finanzas internacionales. Impudicia la diplomacia obsecuente y temerosa, marcada por la pusilanimidad y la dependencia de los planteos del Nuevo Orden. Impudicia la "cultura para todos", confiada a los agentes de la ignorancia crapulosa y grosera. Impudicia la salud pública entregada a partidarios del aborto y de la sexolatría; las obras y los servicios asignados a ineptos, incapaces de resolver una inundación, un corte de energía eléctrica o un desabastecimiento hospitalario. Impudicia la sanción a los delincuentes cuando ella es adjudicada a quienes resultan sus protectores y garantes. Impudicia la educación ofrecida a los artífices de la nada, y las comunicaciones oficiales a quien la perfidia le cabe más por su conducta que por su patronímico. Impudicia es constatar que los asuntos internos del país dependen de aquellos que hasta ayer nomás militaban en los ejércitos rojos, y que los asuntos externos ni siquiera tienen administradores inútiles, pues los resuelven expeditivamente en algún despacho de la Casa Blanca.
Pero es también impudicia —y no de menor cuantía— haber empeñado la palabra de que cesaría la fiesta de unos pocos, para proseguirla con otros o con similares protagonistas, contestes al fin en que el solaz es sinónimo de desvergüenza, el regocijo de contravención moral y el divertimento de grave felonía. Desde la prole y la parentela presidencial, lanzada a la frivolidad o al nepotismo, hasta el Senado coimero, de impunidad jocunda y reincidente. Todo sigue su curso, su camino trazado y el modelo legitimado por el mundo. Tal vez porque sea cierto lo que escribía Augier, de que hay en los reprobos "una nostalgia de la porquería". Ó porque la democracia no es más que promisión de felicidad para todos, pero ejercicio de la corrupción para un puñado de poderosos.
Decía Lugones en su Prometeo que sin la posesión de la justicia, "todo comporta en la vida desabrimiento y amargura. La civilización es imposible cuando falta, porque ella realiza la conformidad con los principios, superiores cuyo imperio mejora a los pueblos. La patria muere con su ausencia, al carecer en ésta de razón para existir, pues la fundación dé toda patria obedece a la necesidad que experimentaron sus primeros hijos de asegurarse la justicia. La justicia es fundamento de toda patria, y por lo mismo, es la iniquidad lo que destruye a las naciones",. Mas cuando prima lo justo, regresa la dicha esencial y la paz verdadera, aquella que entrega lo debido al campesino o al labriego, al artesano o al científico, a la nación entera en sus instituciones naturales y en sus componentes reales y tangibles.
Clama la Argentina por justicia, por la supresión de los inmundos, por el destierro de los deshonestos y el abatimiento de los canallas. Clama la Argentina por la recuperación de aquel anhelo que experimentaron sus primeros hijos, y sin el cual ninguna beatitud es posible. Por la conformidad con aquellos principios superiores, que inaugura y sostiene una tierra y la hace digna de pertenecer a Occidente.
Nos sumamos al clamor, que en buen castellano es voz lanzada con fuerza y vigor, perseverantemente. Pero es también repique de campanas, impetración y reclamo. No podrá desoírse para siempre el clamoreo justiciero de los patriotas. Dios permitirá que para él, exista una mañana y una tarde del primer día victorioso.»
Antonio Caponnetto




 

 

"UN VACIAMIENTO QUE DUELE"
Editorial de la Revista Cabildo Nº 14
Mes de Marzo Año 2001 3era.Época
 

Andan excitadas las izquierdas con ocasión del cuarto de siglo del desdeñable Proceso. Y en las calenturas de seseras o de trasterías, que no aquí mayores distingos, sólo atinan —como el marrano en la porqueriza— a hozar la tierra confundiéndola con sus heces. Nada diferente a lo que siempre han hecho. Y aunque el montaje fraudulento debiera resultar saturante por multimediático, y de credibilidad nula, lo cierto es que ocupan un espacio vital del poder político y desde allí manipulan la realidad a su arbitrio. Preocupan en cambio las actitudes y las respuestas de los hombres de armas. Acorralados, acomplejados y sometidos por aquellos a quienes no supieron vencer, oscilan entre la pusilanimidad y el desatino, entre envíos de clemencias que el enemigo no quiere recibir, puesto que sigue en operaciones, llamados a una reconciliación vacua de la que se ríen los protervos, y profesiones de credos democratistas, a cual más indignante. Que a un confeso agente terrorista se lo considere hoy fuente líci­ta de incriminaciones e interlocutor válido de las cuestio­nes castrenses, es triste ejemplo de la declinación que re­tratamos. Que a un juez oportunista y condescendiente con el reclamo de las células subversivas, se le dispense un trato amical y lisonjero, también lo es. Que al minis­tro de Defensa se le acepte ahora la división dialéctica entre el viejo Ejército culpable y el nuevo políticamente correcto, corrobora y ratifica la inconsistencia alcanza­da. Porque aquel subversivo cínico y fatuo no merece el tratamiento de fiscal de la República, sino la cárcel estre­cha y dura. Y el magistrado acomodaticio no merece convites especiales a celebraciones sanmartinianas, sino lecciones de probidad. Y el alguacil mentado no merece aplausos aprobatorios, sino que se le exhiba el orgullo actual de la milicia por sus gloriosos combatientes del pasado, caídos en la guerra justa contra los rojos, y sin voces que los recuerden. Puesto que guerreros hubo que bien lucharon, sin manchar sus uniformes ni sus almas. El vaciamiento de las Fuerzas Armadas es un hecho. Basta ver las guarniciones desmembradas, los presu­puestos escuálidos, los sistemas defensivos deteriora­dos, las fronteras raleadas, los proyectos misilísticos abandonados, el envejecimiento del material bélico, la inanidad frente a las agresiones internas y externas. Basta ver las misiones de paz al servicio del Nuevo Or­den, la pleitesía para con los saqueadores de nuestras propiedades australes, los programas de estudio en los institutos de formación superior, inficionados de libera­lismo y de modernismo, la supresión de la obligación juvenil de servir bajo bandera. Basta ver —y esto es lo más trascendente— la ausencia de una mística épica y cristiana en la formación de la tropa, la supresión de to­da doctrina contrarrevolucionaria en la instrucción de s oficiales, el despojo intencional y deliberado de cual­quier sesgo tradicional y nacionalista, de todo código de 2 reconquista y victoria. Porque el plan vaciar y destructor que se viene ejecutando, no apunta pri-o a la inmovilización física, sino a la desmovilización espiritual. No al desarme corpóreo, sino antes el ! bs mentes y los corazones. No al proverbial pare-n popular, sino al suicidio inducido, como en los De­tamos de Dostoiewsky.
Ser
ía tuerto que en esta visión de tamaños males que estamos reseñando recayeran las culpas, en exclusiva, en los tres últimos presidentes civiles, marionetas visibles y despreciables de la plutocracia y del gramscismo. Hay que ir más atrás; al menos hasta el "profesionalismo aséptico" de la Revolución Argentina, y la falacia procesista de "la democracia moderna, eficiente y estable", como non plus ultra de las Fuerzas Armadas. Hay que ir hasta los que prefirieron la fidelidad a Yalta a los muer­tos del Belgrano. Hasta los que consintieron en tomar prisioneros a sus propios camaradas que reclamaron la dignidad perdida en cien vejaciones. Hay que ir hasta el rostro desencajado de traiciones de Balza, y las declara­ciones de Brinzóni del 26 de noviembre del 2000, rego­cijándose de que pareciera "más un economista que un general", y de que en el futuro, pueda ser general "un profesor de bellas artes o un licenciado en psicología, sin haber pasado por el Colegio Militar". Hay que ir hasta este hoy luctuoso, en el cual, el aberrante modelo eco­nómico —que ha hecho todo lo necesario para justificar una escalada guerrillera— nada hace para reconstituir el brazo armado que debería reprimirla, sin que tal situa­ción parezca incomodar a los jefes castrenses.
Era común que la guerrilla de los setenta, al intentar el copamiento de una unidad militar, cometiera la hipo­cresía de gritarles a los conscriptos que se rindieran, que se quedaran quietos, pues con ellos "no era la cosa". Es­te criterio indigno para ;desinvolucrar y desarraigar al trom­pero de su Arma y enfrentarlo a sus superiores, recibió una vez la memorable respuesta de un criollo de ley, apenas veinte años, en Formosa y el uniforme raso. Pa­ra más señas, Hermindo Luna llamado. "¡Aquí no se rinde nadie!, le contestó al marxista, y después un fiero insulto, a modo de recio e'strambote, y a poco la muer­te recibida como un sacramento inesperado.
le dicen lo mismo ahora, soldado. Te dicen que con­tigo no es el problema, pues has lavado las culpas en las nuevas Fuerzas, democráticas, mixtas, internacionalis­tas, y pacíficas. Te dicen que nada de epopeyas,, ni de extremos que pudieran apasionarte, ni de arquetipos que te instaran al testimonio de la Fe y de la Patria. Y te lo dicen, no sólo quienes desde sus actuales cargos bien rentados, asesinaron antaño a tus camaradas, sino quié­nes debieras ver en la vanguardia de la defensa altiva del honor conculcado. Y te lo dicen además, mientras el es­carnio no cesa, ni la calumnia arredra, ni la mentira aca­ba, ni el vaciamiento termina, y el vasallaje ofende y las izquierdas desbordan. Y bien; contigo es la cosa. Porque es con la Patria, y le pertenecemos. Y si ya no la sientes propia, será la señal de tu anonadamiento y flaqueza.
Ha de llegar el día de batirse por lo Permanente. Los campos ya están trazados, los contingentes divididos, las expectativas tensas. No equivoques la bandera y la divi­sa. No olvides la respuesta: "aquí no se rinde nadie". Ni todavía la Cruz, el rosario y el escapulario, como querían San Martín y Belgrano. No olvides la plegaria y la me­moria alerta. Y no olvides, soldado, de llevar encima, en esa cicatriz del hombro fusilero, una copla de amor, por si nunca regresas.

Antonio Caponnetto

 


La Democracia/el Liberalismo
y Los Partidos Políticos a la luz de! Magisterio de la Iglesia

—"...¡Qué espectáculo ofrece un estado democrático abandonado al arbitrio de la masa! La Libertad...queda transformada en una pretensión tiránica... La igualdad degenera en una nivelación mecánica...; el sentimiento del honor verdadero, la actividad personal, el respecto a la tradición, la dignidad, en una palabra, todo aquello que da a la vida su valor, poco a poco se va hundiendo y desaparece. Sólo sobreviven de una parte, las victimas engañadas por el espejismo aparéate de una democracia...y de otra parte, los explotadores más o menos numerosos que han sabido, mediante la fuerza del dinero o de la organización asegurarse sobre los demás una posición privilegiada e incluso el mismo poder." (Pió XII. "Benignitas et humanitas")

—"En una sociedad fundada sobre los principios del liberalismo...queda en silencio el dominio divino, como si Dios no existiese o no se preocupase del género humano, o como si los hombres, ya aislados, ya asociados, no debiesen nada a Dios, o como si fuera posible imaginar un poder político cuyo principio, fuerza y autoridad toda para gobernar no se apoyaran en Dios mismo. De este modo...el Estado no es otra cosa que la multitud dueña y gobernadora de sí misma." (León XIII."Immortale Dei".)

— "...son ya muchos los que imitando a Lucifer, del cual es aquella criminal expresión: No serviré, entienden por libertad lo que es una pura y absurda licencia. Tales son los partidarios de ese sistema tas. extendido y poderoso, y que tomando el nombre de la misma libertad, se llaman a sí mismos liberales" (León XIII. "Libertas Praestantissimun".)

—"Negar a Dios...o negarse a aceptarlo,...es ésta precisamente la disposición del espíritu que origina y constituye el rnal fundamental del liberalismo... La perversión mayor de la libertad, que constituye al mismo tiempo la especie peor de liberalismo, consiste en rechazar por completo la suprema autoridad de Dios y rehusarle toda obediencia, tanto en la vida pública como en la vida privada y doméstica". (León
XIII. "Libertas Praestantissimun". V,)

—"Armada la multitud con la idea de su propia soberanía, fácilmente degenera en la anarquía y en la revolución, y suprimidos los frenos del deber y de la conciencia, no queda más que la fuerza, la fuerza que es radicalmente incapaz para dominar por si sola las pasiones desatadas de las multitudes (León XIII, "Libertas Praestantissimun".)

—"...los gobiernos prefirieron construir sobre las bases del liberalismo y del laicismo estructuras sociales que...han demostrado bien pronto su carencia de sólidos fundamentos, por lo que una tras otra han ido derrumbándose miserablemente, como tiene que derrumbarse necesariamente todo lo que no se apoya sobre la única piedra angular qué es Jesucristo." (Pió XI. "Divini Redemptoris"38)

•—"El liberalismo católico...peste perniciosísima, ...verdadera calamidad actual...más funesto y peligrosos que un enemigo declarado Siempre he condenado el liberalismo católico, y volveré cuarenta veces a condenarlo, si es necesario..." (Pió IX, 18-6-1871).

—"Los católicos liberales son lobos cubiertos con piel de corderos, y por ello, el sacerdote, verdadero sacerdote, debe revelar al pueblo confiado a sus cuidados sus peligrosas acechanzas y sus malos objetivos". (San Pió X, 5-9-1894).

—"El liberalismo o laicismo en todas sus formas, constituye la expresión ideológica propia de la masonería." (Episcopado Argentino, 20-2-1959).

—"...en una lucha como la presente, en la que están en peligro bienes de tanta importancia, no hay| lugar para las polémicas intestinas, ni para el espíritu de partido, sino que, unidos los ánimos y los deseos, deben todos esforzarse por conseguir el propósito que los une: la salvación de la Religión y del Estado." (León XIII." "Immortale Dei".)

—"...los hombres que lo subordinaran todo al triunfo de su partido respectivo...quedarían acusados y convictos de anteponer de hecho, por una funesta inversión de ideas, la política que divide, a la Religión que une." (León XIÍI. "Notre Consolation")

—"Por todas partes, hoy la vida de las naciones se halla disgregada por el culto ciego del valor numérico. El ciudadano es elector. Pero como tal, el ciudadano en realidad no es otra cosa que una mera unidad cuyo total constituye una mayoría o una minoría, que puede invertirse por el desplazamiento de algunas voces o quizás de una sola. Desde el punto de vista de los partidos, el ciudadano no cuenta más que por su valor electoral, por el apoyo que presta su voz." (Pió XII. "La organización política mundial".)
Centro de Estudios de Nuestra Señora de la Merced



 
   
 
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